Nace
desde el azar, en un colectivo de la línea 151. Era de día, estaba
viajando sentada en un asiento de las filas de uno mirando por la
ventana, yendo hacia el centro por la calle Bartolomé Mitre, y justo
en el momento en el que el colectivo frena en un semáforo, veo a un
travesti con una mirada muy melancólica. ¡Para mí era una foto lo
que estaba viendo! Y me quedé en esa imagen: era morocha y estaba
parada en un antiguo umbral de una de esas típicas casas francesas
que hay en Buenos Aires.
Volví a mi casa con la idea de escribir
algunas líneas sobre ese travesti, y empecé a tratar de armar su
historia: estaba mareada, era una persona que trabajaba en los bares,
había laburado toda la noche, ya era de madrugada... Por eso “sola
en los bares, no era hombre ni mujer, se transformaba”. Era el
sabor de esa melancolía que yo sentía debía ser la vida de un
travesti.
Eso fue en el año ‘87, época del primer disco de Man
Ray, que salió un año después, pero habíamos dejado esa canción
afuera. Al tiempo, cuando me fui a vivir a la casa de una amiga que
era pareja de Richard Coleman, con él intercambiábamos las cosas
que hacíamos. Un día vio la canción escrita en un cuaderno y me
dijo: “¿Por qué no ponés este tema? Está buenísimo”.
Tomé
su opinión y “Sola en los bares” finalmente se editó en el 92,
en Perro de Playa. Cuando salió la canción mi hermana me llamó por
teléfono para contarme que se sentía súper reflejada con el tema.
“¡Ay me siento re identificada! ¿Esa canción me la escribiste
para mí, no?”, me dijo. No escuchó nada: ¡es un tema de un
travesti!
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