El día que Gordon Mills le pidió a Gilbert o’Sullivan que
cuidase de su hija de tres años mientras él y su mujer salían a cenar, el más
famoso de los cantautores irlandeses ni siquiera lo dudó un minuto. Eran
amigos. Gordon era para él como un segundo padre. Y Clair… Clair era una niña
adorable.
A Gilbert le encantaba pasar tiempo con ella; jugando, haciendo los
deberes, cantando… Gilbert contó una vez que aquella noche en la que Mills y su
esposa salieron a cenar, la hija del matrimonio le pidió que le subiese un vaso
de agua a la cama. Así lo hizo él. Clair bebió, le dio las buenas noches a tito
Gilbert y se puso a dormir arropada por el cantautor.
Gilbert o’Sullivan, como
empujado por algo que parecía más fuerte que él, bajó al salón de los Mills y
se sentó al piano para componer una de las canciones más bonitas que nunca he
escuchado: “Clair”. En la grabación original se escuchan incluso las risitas de
la pequeña Mills en los últimos tres segundos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario