
A Gilbert le encantaba pasar tiempo con ella; jugando, haciendo los
deberes, cantando… Gilbert contó una vez que aquella noche en la que Mills y su
esposa salieron a cenar, la hija del matrimonio le pidió que le subiese un vaso
de agua a la cama. Así lo hizo él. Clair bebió, le dio las buenas noches a tito
Gilbert y se puso a dormir arropada por el cantautor.
Gilbert o’Sullivan, como
empujado por algo que parecía más fuerte que él, bajó al salón de los Mills y
se sentó al piano para componer una de las canciones más bonitas que nunca he
escuchado: “Clair”. En la grabación original se escuchan incluso las risitas de
la pequeña Mills en los últimos tres segundos.
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