El vinilo es un material plástico y sólido, que se presenta en su
forma original como un polvo de color blanco. Se fabrica mediante la
polimerización del cloruro de vinilo, que, a su vez, es obtenido de
la sal común y del petróleo.
La grabación del
vinilo se inicia con el master ya creado, el corte del cobre es el
primer paso para la producción del disco micro surco. Después de
haber colocado el cobre en el torno, la señal sonora que proviene de
nuestro mastering se convierte en movimientos que realiza la aguja o
estilete grabador encima de la placa, creando así el microsurco. Una
vez efectuado el corte se procede a verificar la calidad del surco y
ya terminada la fase de mastering, la placa de cobre se convierte
mediante un proceso de galvanizado en un estampador.
La pasta de vinilo
es prensada con la placa de cobre que se a creado como estampador, ya
etiquetada con su galleta impresa le sigue la fase de pulido y
finalizando con el proceso de enfundado. Así se graba el vinilo, ya
lo tenemos listo para su utilización y comercialización. Pero el
vinilo es también algo más. Se trata del material del que han sido
hechos muchos sueños desde casi la era del fonógrafo. El ruido de
fondo siempre era una especie de huevo frito, un crujido dando
vueltas y vueltas en el tocadiscos a 45 ó 33 revoluciones por
minuto. ¿Pero no había muerto el vinilo?
Si atendemos a la
situación actual del mercado, entendido como las listas de ventas,
da la impresión de que el vinilo hubiese desaparecido de la faz de
la tierra para quedar relegado a las catacumbas que habitan los
puristas del sonido analógico, que deambulan por tiendas
especializadas de vinilos. Pero no ha desaparecido, sino que, encima,
vive una segunda juventud, una especie de revival alimentado tanto
por películas, como por la subterránea labor de sellos
discográficos que aún editan sus vinilos en un mercado para DJ's
que prefieren el vinilo al CD.
En un Time Out se
publicaba un artículo sobre el renacimiento del vinilo y del mercado
de singles y long plays. En él se incluía la llamada teoría Neil
Young. El ilustre autor norteamericano piensa que, como el CD tiene
un formato digital no es música como tal, sino sonido dispuesto en
forma de códigos binarios, podemos advertir absolutamente todos los
detalles de una canción la primera vez que la escuchamos. Y, como
nada se esconde a la sensibilidad del oído, el cerebro no se siente
impulsado a poner el CD por segunda vez. «En realidad, no estás
escuchando música -añadía-, sino códigos y dígitos, tonos y
frecuencias que recrean el sonido de la música».
El vinilo, por el
contrario, siempre depara sorpresas, puede que Neil Young sea un
paranoico y esté un poco loco, pero eso no le quita parte de razón.
Han pasado ya muchos años desde que la industria las grandes
multinacionales como Sony no sólo publican discos, sino que crean y
desarrollan equipos de alta fidelidad, lectores de CD, presentó al
gran público la superioridad del compact respecto al vinilo en lo
que se refiere a la calidad del sonido, nitidez o limpieza. Además
-sonreían-, un compacto nunca se raya. Si obviamos lo ridículo de
esta última afirmación (un CD rayado es muchísimo peor que un long
play rebelde a la aguja), hay una forma de probar esto: ponemos un
vinilo de 180 gramos, los más duros y resistentes, y un CD del mismo
título. En una primera escucha, tenemos la impresión de que el CD
suena mejor, tal es su brillantez y claridad; poco a poco, en
segundas y terceras audiciones, las preferencias se igualan, pero, al
final de la sesión, un vinilo produce una menor sensación de
cansancio o saturación. El sonido orgánico de un acetato es más
natural.
El vinilo es algo
tan bonito, tan visual, que no se puede comparar estéticamente al
CD. Las portadas de los discos en formato grande son mucho más
atractivas e impactantes y, bueno los 'singles' de vinilo son el
objeto más pop que nunca se haya inventado. Es un formato perfecto
para la música y el tamaño ideal para el diseño. Y si tienes un
buen plato (tocadiscos) y un buen equipo en casa, suenan de
maravilla. Creo que el sonido es mejor, más cálido y dulce. Muchos
serán quienes se pregunten cómo puede resultar mejor el sonido de
un giradiscos que el de un reproductor de CD. Pero la razón es
bastante simple, dado que lo más importante reside en la naturaleza
del sonido, y sólo después, en la calidad del soporte. El sonido de
un disco de vinilo es analógico desde la fuente hasta la salida; no
experimenta cambios de onda decisivos en un buen equipo. La
información sonora de un compact es, en cambio, digital. Al salir,
se debe convertir nuevamente en analógica y, para ello, ha de
reducir las curvas originarias de sonido a 0 y 1, con lo que se
pierden matices. Quizás sea esa la razón por la que, el pasado año,
Sony/Philips lanzó la idea del reproductor de CD Super Audio, con el
reclamo de que el sonido poseería «la misma calidez del vinilo».
¿Para qué,
entonces, crear el compacto? ¿Tendrá algo que ver con el
capitalismo y la sociedad de consumo? Los vinilos ocupan demasiado
espacio en la tienda de un centro comercial y, además, ofrecen una
sensación de exclusividad que la industria no desea. El mercado
potencial ha de ser lo más amplio posible y debe incluir a las
personas a quienes la música no les interesa, pero la consumen como
cualquier otro producto. La música electrónica ha sido fundamental,
si la industria deja de fabricar platos, se muere el vinilo, pero si
hay DJ's que pinchan vinilo, el asunto resulta interesante y se
siguen vendiendo platos. En el futuro, es posible que el LP sea un
capricho para 'fans', coleccionistas y amantes de la música, aunque
pienso que seguirá vendiéndose e, incluso, crecerá un poco. Ahora
existe un lector digital que lee vinilos, y eso es básico para que
éstos sirvan de algo.
Es como si te
compras un cartucho antiguo de ocho pistas: ¿dónde lo pones, si
apenas quedan reproductores?. Si comprar un clásico long play
requiere cierto conocimiento e implicaciones musicales, el CD es puro
populismo. En este sentido, un compacto es más un objeto que una
obra de arte. No hay más que entrar en una tienda en la que aún
conserven cierta sensibilidad y comparar la versión en vinilo con su
correspondiente CD para darse cuenta de la diferencia: éste semeja
una fotocopia cutre del primero y las reediciones parecen copias
piratas. Quizás porque el CD no sea real, sino virtual, o porque
ahora, con la tecnología del regrabado en los ordenadores, los
soportes vírgenes y los escáners digitales, cualquiera puede
hacerse uno en casa. Insisto: la comodidad y posibilidad de uso del
compact disc no significa que sea el formato de mayor calidad.
No hace mucho un
físico de profesión, era capaz de identificar la obra grabada en un
disco de vinilo mediante la mera inspección visual de sus surcos. El
buen señor aseguraba que, con sólo mirar un disco de música
sinfónica de cualquier época posterior a Mozart, podía identificar
el compositor y, algunas veces, hasta los intérpretes. El caso fue
tomado muy en serio por el Comité para la Investigación Científica
de las Afirmaciones Paranormales, que, tras someterle a rigurosas
pruebas, admitió que decía la verdad.
El físico
identificó correctamente dos versiones distintas de La Consagración
de la Primavera de Stravinsky, así como el Bolero de Ravel, Los
Planetas de Holst y la Sexta Sinfonía de Beethoven. Por muy
asombrosa que nos parezca esta habilidad, la cuestión no viola
ningún principio importante de la realidad física, ya que la
información estaba presente en los surcos y lo sorprendente era sólo
la manera de extraerla de ellos.
Fuente:Wikipedia.org
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